La evolución del bipedalismo hominino en dos pasos fundamentales

El desarrollo de la bipedación obligada fue una innovación clave que distingue a los homininos del resto de los primates, y transformó radicalmente la locomoción, la dieta y el manejo de herramientas. Por ello, el estudio anatómico y ontogénico de la pelvis es crucial en paleoantropología, tal como se demostró con la pelvis de Lucy o de Ardi, donde observamos indicios de bipedación en Australopithecus afarensis y Ardipithecus ramidus, respectivamente. Estos homininos ya caminaban erguidos, aunque también mantenían capacidades de trepa.

Es especialmente revelador analizar el ilion (o hueso ilíaco), el componente más ancho y superior del hueso coxal (os coxae). En los primates no humanos, los huesos ilíacos son altos y están orientados paralelos a la columna vertebral, con forma de pala. En los humanos, la pelvis se acorta y ensancha: los huesos ilíacos se reorientaron en nuestra línea evolutiva, configurando una morfología que envuelve el tronco por encima de la cadera. Esta disposición aporta inserciones musculares que permiten el equilibrio lateral durante la marcha erguida, en particular el papel de los músculos glúteos sobre la cresta ilíaca.

Un nuevo trabajo multidisciplinar (Senevirathne, Fernandopulle, Richard et al., 2025) ha identificado dos pasos de desarrollo fundamentales en el ilion, basándose en estudios comparativos histológicos, genómicos y anatómicos sobre embriones y fetos humanos y de otros primates, complementados con modelos de ratones. El trabajo caracteriza cientos de elementos reguladores activos que guían la morfogénesis ilíaca.

Reorientación de la placa de crecimiento ilíaca

Aproximadamente en la séptima semana del desarrollo embrionario, en los primates aparece una zona de crecimiento cartilaginosa en el ilion. En primates no humanos, esta placa permanece orientada paralela a la columna vertebral, facilitando el crecimiento en altura del ilion y manteniendo una morfología adaptada a la locomoción cuadrúpeda y/o braquiación. En los humanos, esta placa rota perpendicularmente respecto a la columna, favoreciendo el ensanchamiento del ilion y la formación de una pelvis con forma de cuenco.

Este cambio evolutivo podría haber ocurrido cerca del origen de los primeros homininos, en especies próximas a Ardipithecus ramidus, cuyo registro fósil muestra una pelvis de rasgos intermedios, no completamente hominizada, pero indicativa de una tendencia hacia la bipedación.

Osificación ilíaca

Hacia la octava semana de desarrollo, el ilion humano muestra una dinámica de osificación endoconcrial atípica: a diferencia de la mayor parte del esqueleto humano y de los huesos de otros primates, la mineralización se restringe en la superficie, manteniendo el interior cartilaginoso incluso hasta pasado el segundo trimestre de gestación. Esta osificación tardía y superficial permite una mayor plasticidad posicional y de forma durante las fases críticas del desarrollo fetal, de manera que la pelvis se ajusta morfológicamente para una bipedación eficiente.

En la evolución humana, este proceso podría haber adquirido importancia con el establecimiento definitivo de la bipedación obligada en el género Homo.

Implicaciones evolutivas

El estudio destaca la relevancia del desarrollo embrionario (ontogenia) para entender la morfología evolutiva (filogenia) de la pelvis hominina, aportando mecanismos genéticos y celulares implicados en el tránsito a la bipedación. Será interesante, pero muy complicado, llegar a contrastar las conclusiones de este trabajo con datos de especímenes fósiles, para comprender la secuencia (nada lineal) de adquisición de la bipedación por parte de los homininos.

Además, los autores también especulan con la posibilidad de que la reorientación temprana del crecimiento ilíaco pudiera haber ensanchado ligeramente el canal de parto. Es decir, cambios para facilitar la bipedación habrían permitido partos menos difíciles para cabezas humanas agrandadas.

Esto matiza y complejiza el clásico dilema obstétrico, que describe la tensión evolutiva entre la eficiencia locomotora (pelvis estrecha) y el tamaño cefálico fetal (canal amplio). Según esta hipótesis, la pelvis femenina humana representa un equilibrio evolutivo entre los diseños más adecuados para el parto y la locomoción bípeda, haciendo que el parto humano sea más difícil que otros primates, requiera asistencia y se produzca cuando la cabeza del feto todavía no es demasiado grande. Las fases tempranas de la morfogénesis pelviana pueden haber proporcionado soluciones evolutivas graduales a este dilema.

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