Mamás erectus y la hipótesis de la abuela

La crianza humana no solo es una cuestión de cuidado, sino también de energía. A lo largo de la evolución, los cambios en cómo crían los humanos y quién colabora en esa tarea han tenido profundas consecuencias biológicas y sociales.

El coste energético de tener descendencia se reduce significativamente cuando los patrones reproductivos humanos adoptaron períodos de lactancia más cortos y menores intervalos entre nacimientos. ¿Comenzó este patrón en los primeros Homo? Aiello y Key (2002) concluyen que, para hacer posible el acortamiento de la lactancia y del intervalo intergenésico (entre nacimientos), y cubrir el requerimiento energético de un cuerpo mayor respecto a los australopitecos, en los primeros humanos debió producirse un cambio fundamental en el comportamiento de subsistencia, que involucrara una dieta de mayor calidad y la cooperación intergeneracional en la adquisición de alimentos.

Las autoras centraron su análisis en los requerimientos energéticos de la gestación y la lactancia, así como en sus implicaciones sobre el tamaño corporal y la disminución del dimorfismo sexual en los australopitecos, Homo erectus y Homo sapiens, examinando patrones de actividad, masa corporal e historias de vida de primates actuales. De forma similar a lo que ocurre en distintos estudios paleoantropológicos, se suele asumir que los australopitecos tenían un patrón reproductivo más próximo al de los chimpancés actuales, mientras que el de H. erectus sería más próximo al de los humanos modernos.

Este escenario evolutivo habría sido un importante motor en el origen de la organización social, basada en la división económica del trabajo y la cooperación de otros individuos, como subadultos, mujeres de mayor edad (lo que lleva a la famosa hipótesis de la abuela, que veremos más abajo) y otros miembros del grupo.

Aiello (2025) ha actualizado recientemente este análisis apoyándose en los últimos desarrollos en investigación del coste energético, y concluye que las interpretaciones originales siguen siendo válidas, aunque los parámetros de modelado se han ajustado conforme a estudios más recientes sobre el aumento del tamaño corporal y cerebral y la evolución del comportamiento de subsistencia cooperativa.

Aunque existe una gran variación en el tamaño corporal de las primeras especies de Homo, la tendencia general es el incremento, y H. erectus tiene un tamaño promedio mayor que los australopitecos y los primeros representantes del género Homo. No está claro por qué se produjo este incremento en el tamaño corporal de los homininos, lo que resultó en mayores costes diarios de energía, pero se han propuesto diversos factores influyentes, como la termorregulación y el equilibrio hídrico, la eficiencia locomotora, la longevidad y la historia de vida, el crecimiento cerebral y la capacidad de madres más grandes de suministrar más energía a descendientes con cerebros mayores.

Estudios genéticos también indican una correlación entre el tamaño del cerebro y del cuerpo, especialmente durante la transición a H. erectus. Es posible que la selección únicamente por tamaño cerebral fuera suficiente para impulsar el aumento en el tamaño corporal. Hace 1,4 Ma, según el registro fósil, ya no quedaban homininos que pesaran menos de 40 kg y midieran menos de 140 cm, salvo Homo floresiensis y Homo naledi, que tienen cerebros pequeños.

En los primates, una mayor masa cerebral se asocia con períodos más prolongados de gestación, lactancia y desarrollo hasta la madurez sexual. Con baja fertilidad y cerebros por encima de 600-700 cc, la tasa de crecimiento poblacional en los primeros Homo caería por debajo del umbral de viabilidad (hipótesis del techo gris, formulada por Isler y van Schaik, 2012). Esto justificaría el aumento de la fertilidad mediante el acortamiento de la lactancia y del intervalo entre nacimientos, reforzando las conclusiones de Aiello y Key (2002) y Aiello (2025).

Por otra parte, la hipótesis de la abuela se ha propuesto desde varias disciplinas en las dos últimas décadas. Por una parte, modelos demográficos muestran que la inversión aloparental por parte de las abuelas puede aumentar el éxito reproductivo de sus descendientes y generar presiones selectivas a favor de una longevidad postmenopáusica extendida. Adicionalmente, estudios etnográficos y demográficos de economías de subsistencia (como los hadza, los tsimane y otros grupos cazadores-recolectores y horticultores) reflejan que la participación de las abuelas en el cuidado y alimentación de los nietos favorece la supervivencia infantil y acelera el ritmo reproductivo, especialmente en contextos de recursos limitados. Por último, progresos en la biología del envejecimiento y la genética evolutiva parecen sugerir selección positiva de genes ligados a la longevidad (por ejemplo, Farré et al., 2021; Roget et al., 2024; Morris et al., 2019).

Pero la hipótesis de la abuela tiene objeciones. Por ejemplo, no todos los estudios poblacionales muestran un efecto positivo claro de la presencia de abuelas sobre el éxito reproductivo o la supervivencia infantil. En algunas sociedades, la influencia de las abuelas puede ser neutra e incluso negativa desde la perspectiva demográfica, lo que sugiere que los beneficios derivados de su ayuda varían según el contexto ecológico y cultural (Sear y Mace, 2008).

Aunque considero muy posible que la ayuda de las abuelas desempeñara un papel relevante en determinados contextos, soy cauto a la hora de atribuirle un peso determinante en la evolución humana (como leemos en ocasiones). Es más probable que la cooperación en las sociedades ancestrales adoptara múltiples formas de apoyo aloparental, cuya interacción conjunta configurara los patrones de crianza, cuidado, supervivencia. Y creo que la estructuración de los sistemas complejos de cooperación solidaria humana arrancó con la misma aparición de nuestro género Homo. Cabe incluso pensar que las actividades de cuidado en general tuvieran un protagonismo destacado en la formación de los individuos subadultos, quizás más decisivo que el ejercido por las abuelas, siendo éste un colectivo, además, mucho menos visible en el registro fósil.

 

3 pensamientos en “Mamás erectus y la hipótesis de la abuela

  1. Muy interesante “paper” Roberto …, quizás tengamos que esperar un tiempo más antes de poder aclararnos en las influencias de las edades de los individuos en estos grupos de homíninos.

    Pero de lo que cada vez estoy más convencido es del desarrollo de su “inteligencia” y evolución en los individuos y en el grupo, aunque fueran tan “primitivos”

    Muchas gracias por tus comentarios y luz en estos temas

    Abzx Flx

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  2. Muy interesante. Habrá que seguir trabajándolo. Lo que si que se ha dado es la presencia, en los grupos humanos, de miembros de todas edades. Parece que favorece la crianza y cuidado compensando la energía invertida.

    Un abrazo.

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