En la cueva de Morín (Cantabria, España) se hallaron en 1969 unos restos humanos antiguos datados en unos 30.000 años, que constituyen un caso único y formidable de conservación. Correspondían a cuatro cuerpos, pero no eran el típico conjunto de huesos fosilizados, sino moldes formados con terreno arcilloso. Y estos moldes reflejaban, además de los huesos, también los tejidos musculares.
Destaca uno de los cuatro por su completitud, al que se denomina Morín-I, Hombre de Morín o por su apodo Pipo. Fue enterrado en una trinchera excavada en una zona de la cueva, con un microclima que permitió su descomposición en una grasa plástica llamada adipocira, que se endureció conservando la forma del cuerpo. Posteriormente, la adipocira se fue descomponiendo y dejando un espacio, que se rellenó con los sedimentos de arcilla filtrados con el agua, danxdo lugar a ese molde humano.
Se han documentado las siguientes características para el enterramiento, que se recogen con finalidad didáctica, aunque existen dudas respecto a la descripción anatómica:
- Era un hombre alto (aprox. 1,85 m) y robusto.
- Estaba colocado sobre su costado izquierdo, con las piernas ligeramente flexionadas, los brazos doblados hacia el cuello, y las manos a la altura de la cara.
- La cabeza estaba seccionada y puesta aparte junto a las manos. En su lugar se enterró un posible cervatillo con sus patas atadas.
- También los pies estaban seccionados y colocados frente a la pelvis. En su lugar se puso el costillar de un posible bóvido.
- En el enterramiento había dos lascas y un raspador.
- Un “pozo de ofrendas” comunicaba el exterior de la tumba con su interior.
- La trinchera se recubrió con un túmulo en el que se extendió ocre, y sobre él se encendieron hogueras en dos momentos distintos.
Estos restos se extrajeron revistiendo el conjunto con fibra de vidrio, recortándolo con una cuchilla fina, e introduciéndolo en una urna de plástico. Fueron enviados para su estudio al National Museum of Natural History de Washington. Entre otras conclusiones, se vio que algunas partes del molde conservaban materia orgánica, hueso y residuos químicos procedentes de la descomposición.
En la cueva se encontró además una estructura de forma rectangular separada de los enterramientos por varios agujeros de postes.
Cueva Morín presenta una secuencia estratigráfica que abarca desde el Musteriense hasta el Aziliense en 22 niveles arqueológicos. Es uno de los yacimientos clave para la comprensión del Paleolítico en el norte de la Península Ibérica, sobre todo la transición entre el Paleolítico Medio y Superior, ya que presenta una serie de niveles correspondientes al Musteriense Final, un nivel muy característico de Chatelperroniense y dos niveles Auriñacienses arcaicos y dos Auriñacienses antiguos. Ayuda a entender las costumbres de los habitantes de la zona entre el Musteriense final y el Auriñaciense, donde comenzaron a desarrollar percutores y útiles de asta, hueso y marfil.

Chatelperroniense Cueva Morín. Crédito: José Manuel Maíllo

Esquema sintético de producción laminar del Auriñaciense arcaico de Cueva Morín. Crédito: José Manuel Maíllo