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Hace entre 2,5 y 3 millones de años (Ma), el clima del planeta comenzaba un periodo de cambio drástico, un enfriamiento global. En el norte los hielos se expandieron y en África los ecosistemas pasaron de frondosos bosques tropicales a ambientes abiertos con mayor aridez y abundancia de sabanas herbáceas y praderas, con plantas tipo C4 en expansión.
Este contexto provocó presiones evolutivas y con ello cambios complejos en los homininos que existían por entonces, los australopitecinos. Concretamente, en el este de África vivían los Australopithecus afarensis desde hace 3,7 Ma, y en el sur los Australopithecus africanus, más recientes. La evolución de aquellos primates había desarrollado los aspectos clave de la morfología que nos hizo humanos, como la dentición reducida, la forma y posición de la pelvis y la biomecánica que les permitía caminar de forma bípeda. Pero los nuevos cambios evolutivos se fueron reflejando en nuevas formas muy distintas. Así, encontramos a los primeros representantes de Paranthropus, a los primeros representantes de nuestro género Homo, y las primeras herramientas de hueso y de piedra, cuyos autores todavía son una incógnita en muchos casos. Tenemos industria Olduvayense desde hace 2,6 Ma (Gona, Etiopía), pero en 2011 se encontraron útiles mucho más antiguos en Lomekwi (Kenia) de 3,3 Ma.
En este contexto, el origen de nuestro género Homo es uno de los principales retos que tiene la paleoantropología. En líneas generales, se suele identificar a los primeros Homo observando varios tipos de cambios:
- Los cambios físicos en el tamaño del cerebro, la cara, el paladar, los molares y las proporciones corporales.
- Los cambios en el comportamiento, con un mayor protagonismo en la adquisición de carne y la fabricación de útiles para procesar y extraer recursos de animales.
- Los cambios en el ciclo biológico y pautas de crecimiento, aunque estos no se fueron configurando aún en las formas tempranas de Homo.